Más Adam Smith y menos Hans-Hermann Hoppe
Publicado originalmente el 7 de noviembre de 2023 para el Instituto Juan de Mariana
Hans-Hermann Hoppe, en respuesta a una pregunta que le hicieron durante el evento que organiza con su Property and Freedom Society, dijo:
Es muy importante en estas réplicas a gente como Krugman que no nos metamos en detalles técnicos, sino que hagamos algunas preguntas casi como un niño. Explícame cómo es posible que el aumento de papelitos haga más rica a una sociedad. Si ese fuera el caso, explícame ¿por qué sigue habiendo pobreza en el mundo? ¿No son todos los bancos centrales del mundo capaces de imprimir tanto papel como quieran? Y ¿crees entonces que la sociedad, el mundo en su conjunto, sería más rico? Estoy seguro de que el tío no puede responder este tipo de preguntas, nadie puede responder este tipo de preguntas.
Hoppe aquí se equivoca al menospreciar a Krugman. Tras estas declaraciones, me temo que podría dejarle muy mal parado en un debate y dejarle en evidencia y a la escuela austríaca de economía detrás. Y, en parte, con razón, pues gran parte de la escuela austríaca de economía sigue una rama de la teoría cuantitativa del dinero debido al legado intelectual de Ludwig von Mises, quien bebía a su vez de las ideas de David Ricardo.
El principal problema de la teoría cuantitativa del dinero, que podemos observar ha mantenido gran parte de los teóricos monetarios de la escuela austríaca, es que asume que la demanda monetaria es constante. Podemos ver este error en la comprensión del dinero claramente expresado por Murray Rothbard (2009, 766) cuando dice que:
Por lo tanto, una de las leyes económicas más importantes es: Toda oferta de dinero se utiliza siempre al máximo y, por lo tanto, no se puede obtener ninguna utilidad social aumentando la oferta de dinero. (Énfasis en el original)
Hoppe se equivoca al pensar que ningún “aumento en la impresión de papelitos” puede hacer a una sociedad más rica. Tendría razón si pensamos que estamos en una situación de equilibrio. Si en una economía la oferta de liquidez iguala la demanda de liquidez, cualquier expansión de la oferta es cierto que no generará riqueza, sino que aumentará los precios proporcionalmente a las unidades monetarias creadas. Pero las economías no se encuentran en situación de equilibrio y, de estarlo, ese estado no sería estático—algo que, irónicamente, explica muy bien la economía austríaca. Por tanto, la creación de sustitutos monetarios nos puede ahorrar tres tipos de costes.
En primer lugar, si solo tuviésemos unas cantidades contadas de oro, digamos cincuenta monedas de oro para una economía de cuarenta millones de personas, muchos de los intercambios que los individuos querrían llevar a cabo no podrían realizarse. Pues cincuenta monedas no se mueven de una forma lo suficientemente rápida de mano a mano para que esos cuarenta millones de personas puedan hacer todos los intercambios necesarios. Por tanto, poder crear papelitos en esta ocasión generaría riqueza. La gente podría pagar a crédito y llevar a cabo más intercambios que si no pudiese imprimir estos papelitos.
En segundo lugar, y adelantándome a la posible réplica de que también se podría crear riqueza minando más oro sin necesidad de imprimir papelitos, hay que remarcar que esta impresión requiere de menos recursos que la extracción de oro. En una economía con restricciones sobre el ejercicio bancario donde se obligase a la fuerza a los intermediarios financieros a operar con un coeficiente de caja del 100%, el coste anual de minar oro, según los cálculos de Milton Friedman (1960), serían del 2,5% del PIB. Si se estima que esa economía creciese al 3%, el 75% de su crecimiento sería dedicado a la extracción de oro.
Por otro lado, según los cálculos de Lawrence White (1999, 46-48), el coste de la producción de oro en una economía donde además se pudieran imprimir esos papelitos sería del 0,05% del PIB. Unas cuantas veces más barato. Por lo que, otra vez, esa creación de papelitos estaría volviendo a generar riqueza.
En tercer lugar, tenemos el hecho de que la creación y destrucción de estos papelitos es muy flexible y nos permite cambios en la oferta de liquidez ante movimientos de la demanda. Si la demanda de liquidez de los individuos de una economía aumenta (se reduce), que también aumente (se reduzca) la oferta monetaria es beneficioso, pues suavizará—o hasta evitará—las variaciones en el valor del dinero y así nos protegerá ante posibles inflaciones o deflaciones.
Una contracción de la demanda de liquidez sin su correspondiente disminución de la oferta provocaría inflación. Una expansión de la demanda de liquidez sin un correspondiente aumento de la oferta, deflación. Por esto mismo Antal Fekete dice (2017, 43) que un patrón oro que operase bajo un coeficiente de caja del 100% no era más que “una quimera”. Y es que para aumentar la oferta monetaria tenemos dos opciones: o solo oro u oro y papelitos. Como hemos visto, la primera es mucho más costosa que la segunda.
Incluso si se optase por una opción aún más drástica y se prohibiese además toda extracción de oro para no tener que destinar tanta parte del PIB en esta actividad y hasta si hubiese una cantidad aparentemente suficiente de monedas de oro que pudiesen circular en la economía (más de las cincuenta anteriormente mencionadas), se estaría dejando de crear riqueza si no se creasen papelitos para hacer frente a los aumentos en la demanda de liquidez. Esto se debe a que los cambios en el valor del dinero, tanto los aumentos como los descensos generalizados de precios, son costosos.
Los austríacos esto lo tienen muy claro con lo que respecta a la inflación, pero parece ser que no tanto cuando se habla de deflación. Un sistema como el que Rothbard y Hoppe proponen es demasiado rígido y al no poder imprimir papelitos, se genera deflación. Si tenemos la ecuación cuantitativa en la cabeza (M*V=P*Q), un aumento en la demanda monetaria—la cual tiende a aumentar con el tiempo, debido a que con el aumento de sus ingresos reales la gente cada vez demanda más liquidez—sin aumentos en M, llevarán consigo disminuciones en P; es decir, deflación. Esta sería una deflación monetaria (por el lado monetario de la ecuación, M*V).
Un ejemplo de esto sería lo que Milton Friedman y Anna Schwartz (1963) llaman la Gran Contracción, los primeros años de la Gran Depresión. Para Friedman y Schwartz fue la mala gestión de la oferta monetaria por parte de la Reserva Federal de los Estados Unidos lo que exacerbó y prolongó la depresión. Según su análisis, la Reserva Federal no solo falló en prevenir la contracción de la oferta monetaria, sino que a través de sus políticas contribuyó activamente a ella.
No obstante, no sólo la deflación monetaria nos debería preocupar. También la deflación real; la causada por aumento de producción. La deflación real sigue siendo un problema pues aun así nos encontramos con diversos costes. Por un lado, los costes de carta. Estos son los costes asociados ya no solo a literalmente cambiar los precios en las cartas de los restaurantes, sino otros gastos como el tiempo dedicado a pensar cómo cambiar los precios, la información contable errónea o los costes de renegociación de contratos.
Por otro lado, la rigidez de los precios y en especial, del salario. Diversos estudios empíricos han demostrado que os individuos calculan en términos nominales (Hoffman 2019, 19-40). La deflación hace que los beneficios de las empresas disminuyan nominalmente, lo que aumenta el riesgo de quiebra si los salarios no disminuyen en consecuencia; los individuos, sin embargo, pueden mostrarse reticentes a negociar recortes salariales (pues calculan en términos nominales), lo que conduce a despidos que no reflejan la situación real de la economía. Y despedir a trabajadores productivos debido a la falta de flexibilidad de los precios genera ineficiencias. En este caso, también, con la creación de papelitos se crearía riqueza. ¿Entonces, tanto la deflación como la inflación tienen costes? Sí, por eso el ideal sería la estabilidad de precios.
¿Se les pude culpar a Rothbard y a Hoppe de no saber que la creación de papelitos podía generar riqueza? Pues sí, porque esto es algo que ya sabía—y dejó escrito—Adam Smith.
Adam Smith, en su La riqueza de las naciones (1776), al hablar sobre el dinero en el y los sustitutos monetarios Libro II, capítulo 2, dice que:
Cuando el papel moneda reemplaza al oro y la plata, la cantidad de materiales, herramientas y subsistencias que puede suministrar todo el capital circulante puede aumentar por el valor total del oro y la plata que antes se empleaban en su compra. El valor de la gran rueda de la circulación y distribución se añade a los bienes que circulan y son distribuidos a través suyo. La operación se parece en alguna medida a la del empresario de una gran fábrica que, como consecuencia de alguna innovación mecánica, retira su vieja maquinaria y suma la diferencia entre su precio y el de la nueva a su capital circulante, al fondo del que provee a sus trabajadores con materiales y salarios.
Y que:
El dinero de oro y plata que circula en cualquier país puede muy bien compararse con una carretera, que aunque permite la circulación y el transporte hacia el mercado de todos los pastos y cereales del país, no produce nada de ninguno de ellos. La juiciosa acción de los bancos proporciona, si puedo emplear una metáfora tan violenta, una especie de carretera aérea, y permite que el país convierta una gran parte de sus carreteras en buenos campos de pastos y cereales, con lo que incrementa de forma muy considerable el producto anual de su tierra y su trabajo.
Debe advertirse, sin embargo, que aunque el comercio y la industria del país puedan ser algo mayores, jamás estarán tan seguros cuando viajan, por así decirlo, suspendidos por las alas de Dédalo del papel moneda, como cuando viajan apoyados en el sólido suelo del oro y la plata. Además de los accidentes a los que se hallan expuestos por la torpeza de quienes dirigen los billetes, corren otros muchos riesgos, de los que ni la prudencia ni la destreza de tales directores los pueden librar.
Es decir, leyendo a Adam Smith—que recomiendo hacer a través de mi artículo—podemos entender mejor cómo a veces la creación de sustitutos monetarios, esos papelitos que Hoppe decía, crean riqueza para la sociedad. Son como unas carreteras aéreas que sirven para transportar bienes. Es decir, estas carreteras son un bien de capital que produce servicios de liquidez y se sostienen sobre los papelitos creados. Al igual que las carreteras convencionales, las terrestres, construirlas puede generar riqueza. Puede conectar dos puntos, facilitando el transporte e iniciando nuevas rutas de intercambio. Con los papelitos igual.
También puede ser que estemos construyendo muchas carreteras. El mercado nos castiga con ello, salvo que operemos bajo restricciones presupuestarias laxas—como los bancos centrales—y estemos en pérdidas constantes refinanciados mediante una socialización de las pérdidas. No va a ser menos al construir demasiadas carreteras aéreas mediante papelitos, existen mecanismos en el mercado como el reflujo de Fullarton para evitar que esto pase.
Los bancos tampoco construirán demasiadas pocas de estas carreteras, porque entonces dejando de obtener los beneficios de ser el que ha creado los papelitos sobre el que las carreteras aéreas se sostienen. Con la disciplina del mercado, veríamos una tendencia hacía la creación de carreteras que más beneficio generase; y, con ello, mayor riqueza.
Estas carreteras no sólo crean riqueza al conectar dos puntos nuevos y permitir más intercambios, sino también al descongestionar las convencionales y estas podrán usarse para fines más deseados, igual que el oro que podrá emplearse como catalizador facilitando la acumulación de capital. Además, en caso de mayor tráfico, estas son más baratas de construir, por lo que no tenemos que dejarnos una gran parte del fruto de nuestra producción en construirlas. Gracias a estas carreteras, las economías pueden intercambiar más y fácilmente y así crecer más.
Igual si Rothbard no hubiera hecho una interpretación tan torticera de Adam Smith, más austríacos se atreverían a leerle y a aprender de él.
Referencias
Fekete, Antal E. 2017. Critique of Austrian Economics in the Spirit of Carl Menger. Aarschot, Belgium: Pintax cvba.
Friedman, Milton. 1960. A Program for Monetary Stability. Nueva York, Estados Unidos: Fordham University Press.
Friedman, Milton y Schwartz, Anna Jacobson. 1963. A Monetary History of the United States, 1867-1960. Princeton, Estados Unidos: Princeton University Press.
Hoffman, Michael. 2019. Monetary Kaleidics. Autopublicado.
Rothbard, Murray N. 2009. Man, Economy, and State with Power and Market. 2ª ed. Auburn, Estados Unidos: Ludwig von Mises Institute.
Smith, Adam. 1776. The Wealth of Nations. Londres, Reino Unido: W. Strahan and T. Cadell.
White, Lawrence. 1999. The Theory of Monetary Institutions. Malden, Estados Unidos: Blackwell Publishers.
Publicado originalmente el 7 de noviembre de 2023 para el Instituto Juan de Mariana.
Dudas que me suscitó tu interesante artículo:
Al primer lugar, esas 50 monedas de oro no sería dinero para esa sociedad de 40 millones, por definición, porque no alcanzan esas monedas para que sean medio general de intercambio (por más que si fueran dinero para otras sociedades, con las cuales sujetos de los 40 millones podrían intercambiar, pero sería posible porque durante esos intercambios pasarían a ser parte momentáneamente de las sociedades en las que el oro sí es dinero).
Imprimir papelitos, si son aceptados tampoco generaría riqueza por sí mismo, sino que se estaría creando el dinero, lo que permite el cálculo económico, etc.
Para el segundo caso hay que tener bien definida, y explícitamente, qué es la riqueza: dado que la impresión de papelitos no produce ni capital tecnológico ni bienes de consumo, lo que estaría haciendo es evitar que se gaste capital en la búsqueda de oro (que tampoco produce nada) si los sustitutos monetarios cumplen la misma función que cumpliría el nuevo oro extraído, por lo que decir que genera riqueza es como decir que un guardia de seguridad genera riqueza por proteger algo, cuando en realidad está protegiendo la riqueza creada, por lo que hay que establecer si los servicios de este tipo son creación de riqueza (a lo Bastiat?), o de qué tipo (claramente, la persona que contrató al guardia se va a sentir más segura y mejor aunque ha "perdido" dinero, pero debe establecerse que riqueza no es sólo acumulación de capital)
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Eso no requeriría de una gran coordinación entre productores de dinero y sus sustitutos y sus demandantes? Es lograble esa coordinación? Porque de otro modo, los intentos de obtenerla podrían ocasionar más probremas de cálculo económico que la no intervención porque la no intervención da, al menos certeza, mientras que la intervención genera la incerteza de si el productor de dinero o sustitutos lo hará bien. Además, qué pasa si hay un grupo de demanda .de dienro incrementada +10, otro +7, otro +2, otro 0, otros -1, -4, - 8; agregarlos y generar dinero en consucuencia puede cambiar las demandas de cada uno de los que quedaron insatisfechos en vez de que estas queden estáticas a como estaban antes de la nueva generación, ocasionando nuevos problemas de coordinación.
Se les da nuevo dinero o sustitutos sólo los agentes que lo demandan? Eso haría que se deprecie el dinero para el resto de agentes
Y una digresión estilística: Esa forma de usar paréntesis en el punto 3 me molesta mucho. También se la he visto utilizar a Milei y Giacomini. Es antifluidez de lectura, por más que sea entendible en situaciones de muy poco espacio de texto