Lo bueno y lo malo del “Breve tratado sobre la reforma monetaria” de John Maynard Keynes
O por qué no se equivocaba con su “en el largo plazo, estaremos todos muertos”
Como parte del club de lectura de la UFM, en la edición de teoría monetaria leímos este libro de 1923 de John Maynard Keynes. El libro me sorprendió para bien. Aunque había más cosas con las que podía discrepar que no, igualmente encontré un par de ideas que me sorprendieron. Aquí empiezo con lo bueno del libro.
Lo bueno
En primer lugar, la famosa frase de Keynes “en el largo plazo, estaremos todos muertos”, puede que tenga sentido. Esta frase ha sido malinterpretada hasta la saciedad, principalmente por gente que piensa que Keynes se refería a que había que hacer caso omiso de las consecuencias de nuestras acciones en el futuro, como el historiador Niall Ferguson, quien dijo que se debía a que como Keynes era homosexual y no tenía hijos no se preocupaba por el futuro. Keynes escribió esto como parte de su crítica al concepto de neutralidad del dinero. Keynes se adscribía a la teoría cuantitativa del dinero, la cual, según él, “es fundamental” y “su correspondencia con los hechos no es cuestionable.” Tras leer el libro y ver las críticas que Keynes realiza contra la teoría cuantitativa del dinero, la sensación que tengo es que Keynes confunde la veracidad de esta con la de la ecuación cuantitativa del dinero y que piensa que porque la segunda es correcta, la primera también lo es. Para contextualizar la frase ayuda a entender la ecuación cuantitativa que empleaba Keynes:
n = p (k + r k’)
Donde:
n: efectivo que atesora la gente
p: nivel general de precios
k: es el saldo real o la proporción de bienes de consumo sobre los que se mantiene efectivo (n)
r: el coeficiente de caja de los bancos
k’: el saldo real en forma de depósitos
Entonces, Keynes dijo:
Todo el mundo admite que los hábitos del público en el uso del dinero y de los servicios bancarios y las prácticas de los bancos con respecto a sus reservas cambian de vez en cuando como resultado de acontecimientos evidentes. Estos hábitos y prácticas son un reflejo de los cambios en la organización económica y social. Pero la teoría [cuantitativa del dinero] se ha expuesto a menudo sobre el supuesto adicional de que un mero cambio en la cantidad de moneda no puede afectar a k, r y k', es decir, en lenguaje matemático, que n es una variable independiente en relación con estas cantidades. De esto se deduce que una duplicación arbitraria de n, puesto que se supone que no afecta a k, r y k', debe tener como efecto un aumento de p al doble de lo que habría sido de otro modo. La teoría cuantitativa se enuncia a menudo de esta forma o de una similar.
Ahora bien, “a largo plazo” esto es probablemente cierto. Si, después de la Guerra Civil Americana, el dólar americano se hubiera estabilizado y definido por ley en un 10 por ciento por debajo de su valor actual, sería seguro asumir que n y p serían ahora sólo un 10 por ciento mayores de lo que son en realidad y que los valores actuales de k, r y k' no se verían afectados en absoluto. Pero este largo plazo es una guía engañosa para los asuntos actuales. A largo plazo, todos estamos muertos. Los economistas se imponen una tarea demasiado fácil, demasiado inútil, si en épocas tempestuosas sólo pueden decirnos que cuando la tormenta haya pasado, el océano volverá a ser llano.
Aquí Keynes, escribiendo criticando la neutralidad del dinero está enfrentándose al mainstream y a la versión más mecanicista de la teoría cuantitativa del dinero y tiene razón. Keynes estaba de acuerdo en que a largo plazo esto era probablemente cierto, sin embargo a corto plazo puede no serlo necesariamente debido a la preferencia de la gente y de los bancos por atesorar dinero. Y esta preferencia por el efectivo puede verse influida por grandes cambios en la cantidad de dinero. Continúa citando varios ejemplos de cómo la demanda por atesorar puede cambiar con los cambios en la cantidad de dinero, como el caso de los agricultores en países agrícolas que buscan acumular dinero extra cuando se produce un aumento de la inflación de los precios de los productos agrícolas. En esta ocasión la posición de Keynes se oponía a la del mainstream de la época que consideraba la economía como un sistema de equilibrio. Este argumentaba la economía no se ajusta instantáneamente y el camino hacia el equilibrio puede llevar mucho tiempo debido a diversas fricciones en el mercado y al cambio de preferencias de las personas mientras se producen los ajustes.
En segundo lugar, Keynes realiza una buena descripción de cómo la inflación afecta a los inversores, empresarios y a los trabajadores. Como parte de exta explicación, Kyenes critica correctamente el papel del gobierno en el deterioro de la calidad del dinero:
El deterioro progresivo en el valor del dinero a través de la historia no ha sido un accidente y detrás de este han estado dos fuerzas motoras: la impunidad del gobierno y la superior influencia política de la clase deudora. El poder de imponer impuestos mediante la depreciación de la moneda ha sido inherente al Estado desde que Roma lo descubrió. La creación de moneda de curso legal ha sido y es la última reserva de un gobierno; y no es probable que ningún Estado o gobierno decrete su propia bancarrota o su propia caída, mientras este instrumento siga estando a mano sin ser utilizado.
Y también añade un apunte muy interesante en nuestros días para aquellos que culpan a los empresarios de su avaricia como causantes de la inflación—pero nunca les agradecen los periodos que no son avariciosos o cuando dejan de serlo—. Sobre el tema, Keynes dice:
Pero si la depreciación del dinero es una fuente de beneficios para el hombre de negocios, también es motivo de oprobio. Para el consumidor, los beneficios excepcionales del hombre de negocios aparecen como la causa (en lugar de la consecuencia) de la odiada subida de los precios. En medio de las rápidas fluctuaciones de su fortuna, él mismo pierde sus instintos conservadores y empieza a pensar más en las grandes ganancias del momento que en los beneficios menores, pero permanentes, de los negocios normales. El bienestar de su empresa en un futuro relativamente lejano pesa menos para él que antes, y se excita el pensamiento de una rápida fortuna y liquidación. Sus ganancias excesivas le han llegado sin ser buscadas y sin culpa o designio por su parte, pero una vez adquiridas no las abandona a la ligera, y luchará por retener su botín. Con tales impulsos y así colocado, el hombre de negocios no está libre de un malestar reprimido.
Cierra el epígrafe diciendo que:
Concluimos que la inflación redistribuye la riqueza de una manera muy perjudicial para el inversor, muy beneficiosa para el hombre de negocios y probablemente, en las condiciones industriales modernas, beneficiosa en general para el asalariado. Su consecuencia más sorprendente es su injusticia para aquellos que de buena fe han comprometido sus ahorros en títulos de dinero en lugar de en cosas. Pero la injusticia a tal escala tiene otras consecuencias. La discusión anterior sugiere que la disminución en la producción de riqueza que ha tenido lugar en Europa desde la guerra ha sido, hasta cierto punto, a expensas, no del consumo de cualquier clase, sino de la acumulación de capital. Además, la inflación no sólo ha disminuido la capacidad de ahorro de la clase inversora, sino que ha destruido la atmósfera de confianza que es una condición de la voluntad de ahorrar.
Esto me recuerda al debate dentro de la teoría austríaca del ciclo económico sobre si el empresario actúa en la fase de auge pensando que la demanda por su producto ha subido o si sabe que el aumento en el consumo viene dado por una disminución artificial de los tipos de interés. Esta es una crítica que le realiza Tyler Cowen a la teoría austríaca del ciclo económico. Mi respuesta es: da igual. Aunque supiese que no ha aumentado su demanda particular sino que este aumento del consumo viene motivado por una distorsión entre el ahorro real y la inversión en los mercados de fondos prestables, tiene sentido que ajuste su estructura productiva a lo permitido por el nuevo tipo de interés pues no todos los empresarios son víctimas de la falta de liquidez y a él podría salirle bien la jugada.
Lo malo
Igual que Keynes critica la mala gestión de todos los gobiernos a lo largo de la historia para preservar el valor del dinero, su receta es otra autoridad gubernamental para preservar el valor del dinero:
El remedio consistiría, más bien, en controlar el patrón de valor de modo que, cada vez que ocurriera algo que, por sí mismo, creara una expectativa de cambio en el nivel general de precios, la autoridad de control tomara medidas para contrarrestar esta expectativa poniendo en marcha algún factor de tendencia contraria.
Me parece un quitate tú que me pongo yo. Lo que ninguna autoridad ha podido hacer hasta ahora ha sido porque Keynes no estaba detrás de esta. Y así el resto del libro. En los primeros tres capítulos todavía hay algo de sustancia teórica, aunque bañada por una búsqueda que se vuelve evidente en el quinto capítulo de poder político para regular asuntos monetarios. A Keynes le pasa lo mismo que criticaba yo en otro artículo contra, casualmente, los keynesianos, que la poca buena economía positiva que hacen se queda manchada por su ideología y pretensiones políticas.
Conclusión
Leedlo e igual os sorprendéis (aunque no creo, porque ya he apuntado todo lo bueno).