A veces leo o escucho un argumento y me convence, pero luego no puedo repetirlo e intentar utilizarlo para convencer a otros. Esto me pasó con el caso del reciclaje. En 2012 leí La Tierra Herida de Miguel Delibes junto a Miguel Delibes de Castro, un libro mainstream sobre el cambio climático en el que defendían que reciclar no servía para nada más que para hacernos sentir mejor, lo cual me sorprendió sobremanera. Daba datos del impacto del reciclado llevado a cabo por las personas privadas y argumentaba que no tenía ninguna utilidad, que solo serviría si las grandes industrias lo hiciesen concienzudamente y, como mucho, el reciclaje privado podría servir para concienciarles. Desde entonces dejé de reciclar, pero cuando me preguntaban por qué, como mucho decía “no creo que sirva para nada” o “el beneficio que se saca es menor que mi coste de reciclar”. Con esto no convencía a nadie. Y es comprensible, ni argumentaba ni aportaba datos. Como mucho podría haber dicho “leí una vez un libro que explicaba muy bien por qué el efecto del reciclaje particular es ínfimo y una pérdida de tiempo, pero no sé repetir su exposición así que tendrás que creerme que era un argumento muy convincente”. Cansado de este ritual—el reciclaje—parte de esta nueva religión atea—el ecologismo—, he decidido escribir, y así forzarme a leer y ordenar mis ideas sobre el tema.
El reciclaje carece de sentido económico. Para guiarnos, podemos dividir los objetos en dos tipos: recursos y basura. Los recursos son aquellos objetos que alguien puede usar todavía como medios para alcanzar sus fines y la basura son aquellos objetos que no tienen ninguna utilidad conocida para una persona. Reciclar tendría sentido si los objetos fuesen recursos para alguien. Si no, de ser basura, lo mejor sería tirarlos a la basura sin perder tiempo separándolos porque no tienen valor para nadie. Ahora tratamos a nuestros desechos como lo primero, cuando en verdad son lo segundo. Pero solo a un tipo de desechos. Lo que vemos claro con los calcetines o las televisiones, las cuales no reciclamos—remendando o reparando—porque sabemos que arreglarlos sería más caro que comprar estos productos de nuevo, no lo vemos tan claro con otros bienes.
Al reciclar estamos gastando más recursos de los que gastaríamos al no hacerlo. Si cuesta más reciclar que la producción desde cero de un bien, entonces no estamos reciclando, sino malgastando. Esto lo podemos saber porque los recursos que usamos tienen un precio. Reciclar no supone simplemente gastar el tiempo en poner cada material en una bolsa diferente—cosa que detesto cuando me hacen perder mi tiempo con esto—sino también contratar empresas de transporte de los distintos materiales y pagar por el tiempo de los empleados o que sea la misma empresa la que transporte toda la basura, como suele ser el caso en España, lo cual supone construir contenedores especiales con distintas cajas y pagar a alguien para encargarse de que se separa todo bien, pagar a las empresas que se encarguen de tratar los materiales y transformarlos en algo que pueda volver a tener uso, pagar nuevos gastos de transporte y esperar a vender este nuevo material esperando que otros empresarios puedan darle un mejor uso que al mismo material recién producido y costando este menos.
Los precios emergen en los mercados según el coste de oportunidad del uso de recursos. Si reciclar es más caro que el uso de nuevos materiales no será más eficiente y ningún fabricante decidiría usar materiales con mayores costes para obtener el mismo resultado. Para saber por tanto si el reciclaje requiere menos recursos que la producción desde cero primero tenemos que descubrir los precios correctos de los distintos procesos. El problema ante el que nos encontramos es que el reciclaje se lleva a cabo mediante contratos públicos o empresas públicas, por lo que los precios están distorsionados y los costes socializados—habrá una peor calidad que en el libre mercado a un precio superior—. No obstante, hay indicios de que reciclar sale más caro. Si nuestros desechos fuesen un recurso para alguien, veríamos empresas dedicadas a comprarlos y a hacer ellas mismas el reciclaje para encargarse que estuviese bien hecho. También veríamos que los vagabundos se dedicarían a recoger los objetos que fuesen más rentables reciclar como solían hacer con las latas—lo cual solo hacen en países donde los gobiernos subsidian estas prácticas al no ser lo suficientemente rentables como para que una empresa privada lo haga—. Si la gente está dispuesta a pagarte por algo o si lo puedes usar para producir algo a un coste menor que el de producir ese bien reciclando, entonces es un recurso. Si no, es basura. Que no haya camiones de basura y gente por las calles pujando por nuestros desechos es un buen indicador de que estos son basura, no recursos. Si tú tienes que pagar para que se lo lleven, es basura, no son recursos, por lo que reciclarlo no es eficiente. Si tengo que pagar más por reciclar que por echarlo al vertedero, no solo es basura, sino que además nos hace perder otro tipo de recursos (descoordinación económica, coste de oportunidad).
Yo encontré una empresa que reciclaba papel a media hora de mi casa. Fui con todas mis libretas, libros y hojas de primero de la ESO hasta segundo de bachiller, seis años de papeles. En total me dieron 4€. Esos 4€ no cubren la hora de tiempo de mi madre que me llevó hasta allí, ni la gasolina gastada. Aunque ya había dejado de reciclar en casa, pensé que algo podría sacar de tal cantidad de papeles, pero experimenté de primera mano el mito del reciclaje.
La Tierra era un 600% más abundante en 2020 que en 1980 y cada vez somos más productivos. El único recurso que se ha encarecido constantemente es el tiempo humano. Este ha aumentado porque al vivir en un mundo cada vez más abundante y con una creciente calidad de vida, también aumenta nuestro coste de oportunidad. El coste de la mano de obra lleva siglos subiendo. Una hora de trabajo compra hoy una cantidad de energía o materias primas mayor que nunca. Por tanto, es un despilfarro gastar trabajo humano para ahorrar materias primas que hoy son baratas y probablemente lo serán mañana. Esto ayuda a entender por qué reciclar supone un derroche de recursos, porque requiere de mucho tiempo humano para poder volver a obtener una cantidad de un recurso que se pueda utilizar en una nueva línea productiva cuando producir esa cantidad desde cero es más económico.
Cada vez que un camión de basura sale dispuesto a reciclar, el municipio pierde dinero. Este es un programa que consume recursos en forma de los encargos adicionales necesarios para inspeccionar la basura, el coste del mismo proceso de reciclaje, el coste de las modificaciones a los camiones, las campañas de publicidad para explicar qué hacer con los distintos materiales o el coste de inspectores de los contenedores para asegurarse que el reciclaje se hace correctamente como se hace en San Francisco. El reciclaje puede ser una de las actividades más derrochadoras más de moda. Es una pérdida de tiempo, dinero, recursos humanos y naturales.
Los datos tampoco justifican el reciclaje. En 1996, se publicó en el New York Times un artículo llamado Recycling Is Garbage por John Tierney que sentaba las bases de la posición contra el reciclaje. Uno de los muchos argumentos que expone, citando el trabajo del arqueólogo de la Universidad de Arizona William Rathje, es que, a pesar de ser los envases de plástico el principal objetivo de las críticas por no descomponerse en vertederos, tampoco lo hacen la mayoría de los demás envases. Rathje descubrió que el papel, el cartón y otros materiales orgánicos—aunque técnicamente biodegradables—tienden a permanecer intactos en los confines sin aire de un vertedero. Estos materiales ocupan mucho más espacio en los vertederos que los envases de plástico, que cada vez son más pequeños a medida que los fabricantes desarrollan materiales más resistentes y finos. Los cartones de zumo ocupan la mitad de espacio que las botellas de vidrio a las que sustituyeron y doce bolsas de plástico caben en el espacio que ocupa una bolsa de papel.
Tierney afirma que sí, que muchos árboles se han talado para hacer papel, pero que muchos más se plantarán en su lugar para poder seguir haciéndolo. El autor señala el dato de que la oferta de madera en Estados Unidos lleva décadas aumentando, y los bosques del país tienen hoy tres veces más madera que en 1920. Si Estados Unidos no se está quedando sin madera—sino todo lo contrario—¿de dónde nace la necesidad de reciclar tanto papel? El papel se fabrica a partir de árboles cuyo cultivo se realiza específicamente para obtener este material, por lo que reciclar papel para proteger los árboles es como actuar para conservar el maíz reduciendo el consumo de este.
John Tierney también incluye en su artículo las conclusiones el trabajo de A. Clark Wiseman, un economista de la Universidad de Gonzaga quien ha calculado que si los americanos siguen generando basura al ritmo de 1990 durante 1.000 años y si toda su basura se depositase en un vertedero de 100 metros de profundidad, en el año 3000 este montón de basura nacional llenaría un trozo de tierra de 56 kilómetros por lado, lo que supone una décima parte del 1% de la tierra disponible para el pasto en Estados Unidos. Esta minúscula cantidad de tierra no se perdería para siempre, pues los vertederos pueden y suelen—en EEUU—cubrirse de hierba y convertirse en parques.
La Reason Foundation publicó un estudio llamado Packaging, Recycling, and Solid Waste en 1997 que concluía que reciclar, aunque a veces pueda ser beneficioso, supone más frecuentemente un malgasto de recursos, que la mayor parte de la basura no merece la pena reutilizar, que los programas de reciclaje suelen perder dinero y que los vertederos ofrecen un método de eliminación seguro. El análisis del estudio revela que, en el mejor de los casos, el reciclaje reporta beneficios netos para la sociedad en niveles bajos de contenido para casi todos los materiales. No obstante, conforme la cantidad del material reciclado aumenta, los costes absolutos del proceso de reciclaje aumentan y los rendimientos menguan, creando pérdidas netas para la sociedad.
Algunos analistas justifican las políticas de reciclaje basándose en que, si no fuera por el gobierno, se darían fallos de mercado porque el libre mercado no reciclaría tanto como cuando está impuesto por los reguladores. El estudio de Reason nos da una respuesta: simplemente es deficitario reciclar tanto como los políticos esperan que lo hagamos.
De hecho, según la Agencia de Protección Medioambiental (EPA por sus siglas en inglés), prácticamente todos los beneficios obtenidos del reciclaje para disminuir el efecto invernadero proceden de unos pocos materiales: papel, cartón y metales como el aluminio de las latas de refrescos. Esto se debe a que el reciclado de una tonelada de metal o papel ahorra unas tres toneladas de dióxido de carbono, un beneficio mucho mayor que el de los demás materiales analizados por la EPA. El reciclado de una tonelada de plástico solo ahorra algo más de una tonelada de dióxido de carbono y una tonelada de alimentos ahorra algo menos que una. Hay que reciclar tres toneladas de vidrio para obtener cerca de una tonelada.
Una vez excluidos los productos de papel y los metales, el ahorro anual total en Estados Unidos derivado del reciclado de todo lo demás en la basura municipal—plásticos, vidrio, alimentos, recortes de jardín, textiles, caucho, cuero—es de sólo dos décimas del 1% de la huella de carbono de Estados Unidos.
Para citar más datos que ponen en perspectiva la utilidad del reciclaje: para compensar el efecto invernadero de un vuelo de ida y vuelta de un pasajero entre Nueva York y Londres, habría que reciclar unas 40.000 botellas de plástico, suponiendo que vuele en clase turista. Si viaja en clase preferente o primera clase, donde cada pasajero ocupa más espacio, la cifra podría ascender a 100.000. Y estas estadísticas son optimistas. Según las guías de reciclaje, para que este se haga idóneamente se debería limpiar las botellas antes de tirarlas a la basura. Pero cuando se hacen los cálculos de cuantas botellas de plástico se deberían reciclar por pasajero para compensar los efectos del viaje no se tiene en cuenta esta agua. Chris Goodall en How to Live a Low-Carbon Life calcula que si se limpia la botella en agua calentada con electricidad derivada del carbón, el efecto neto del reciclado podría ser más carbono en la atmósfera.
Otro dato que muchos defensores del reciclaje y proponentes del uso de materiales reciclables no tiene en cuenta son los efectos derivados de la producción de estos. Producir envases de cartón para hamburguesas requiere más energía y contamina más el aire y el agua que fabricar envases de plástico de poliestireno.
El programa de reciclaje obligatorio de Nueva York cuesta 300 dólares más por tonelada de lo que costaría enterrarlo en un vertedero más 40 dólares más por tonelada que se debe pagar a las empresas para que procesen estos materiales. Si a esto le añadimos el valor del tiempo dedicado por los individuos de manera privada reciclando correctamente según las directrices de la EPA limpiando los envases, quitando etiquetas, poniendo cada material en su contenedor, podría ser de cientos de dólares más por tonelada. Estas cifras suman millones de dólares al año que los neoyorquinos gastan por el privilegio de reciclar. Ese dinero se podría dedicar a programas con un mayor retorno o, mejor, a que se quede en el bolsillo del contribuyente y aumentar su renta disponible.
Si reciclar no parece tener sentido económico cuando nadie parece estar dispuesto a pagar nada por nuestra basura, y los datos tampoco parecen apoyar esta práctica, ¿por qué reciclamos? En primer lugar, reciclar señaliza lo virtuoso que eres. Para mucha gente reciclar es su manera de ayudar a preservar el planeta. Para algunos, esto es incluso su forma de limpiarse de los pecados de carbono que cometen en otros aspectos de su vida. Reciclar le permite a uno sentirse bien con uno mismo sin privarse de las comodidades del mundo moderno. Reciclar es una señal costosa que demuestra que estás en la tribu de los ecovirtuosos. Estás perdiendo de tu tiempo para decir “mira que buena persona que soy, soy parte de la tribu que no le importa perder tiempo a cambio de conseguir un efecto imperceptible sobre el medioambiente (aunque no esté claro que sea así)”. Al final, lo importante no es tener razón, sino pensar que la tienes y que lo que haces sirve para algo para sentirte mejor contigo mismo. Al día, cientos de mujeres gastan cientos de euros para arreglarse y ponerse guapas, aunque a veces el resultado sea dejarles de lo más hortera. Lo importante no es quedar realmente guapa, sino ellas pensar que lo están. Esto es algo así. No importa el impacto real de tus acciones, sino cómo te hacen sentir. Esta idea errada se basa en la falsa creencia de que estás ahorrando cuando no es así. Y la creencia sobre la existencia de este ahorro se basa, a su vez, en pensar que, porque un recurso por no haber sido utilizado hasta ahora este tiene mayor valor que uno que ya lo haya sido, por lo que es mejor utilizar de nuevo los recursos con uso previo que aquellos que sean vírgenes. Pero esto no es así. Como hemos visto, el coste del reciclaje puede ser, y es en la mayoría de los casos, más costoso que el uso de recursos por explotar. Si a alguien le preocupase realmente el medio ambiente, siempre puede usar la opción más barata, que como más barata es la que menos recursos emplea—siempre que el mercado sea competitivo—.
En segundo lugar, el coste del reciclaje está socializado. Esta subvención sobre una señal costosa hace que más gente la realice, suponiendo un mayor coste per cápita que si se internalizaran esos costes. Como nadie ve el coste real del reciclaje sino el aparente beneficio de este no existe una oposición real contra el reciclaje ni una percepción generalizada del derroche que este supone.
Tercero, el reciclaje es una política bonita que gana votos. Como es una práctica que la gente quiere seguir para señalizar lo virtuosos que son (primera razón), todo lo que suponga subvencionar el coste de esta práctica (segunda razón) ganará apoyo. Como el objetivo de los políticos es llegar y mantenerse en el poder, defenderán aquellas políticas de las que esperen obtener un mayor rédito político. Esta razón es una causa de la primera: si no hubiese gente que creyese que reciclar te hace virtuoso, no habría una demanda política de este. Como no podemos utilizar el sistema de precios, las autoridades recurren a afirmaciones moralistas, intentando persuadir a la gente de que reciclar es algo que hacen los buenos ciudadanos. Y además es la causa de la segunda: como el gobierno tiene el monopolio de la violencia, nos puede robar impunemente para subvencionar los servicios que desee. Esto lleva que se cree una industria artificialmente hinchada y una captura del regulador. También se crean puestos de trabajo dedicados a esta industria, como abogados, lobistas, investigadores, educadores, observatorios y demás trabajos dedicados a la justificación de esta política. Los que viven de estas redes clientelares pueden creer de verdad que están ayudando a la tierra promoviendo el reciclaje, pero pero han estado perjudicando el bien social mientras se beneficiaban personalmente.
Tierney culpa en parte a sus colegas periodistas, quienes han ayudado a manufacturar entre el público la idea de que existe una crisis de la gestión de la basura, a menudo a expensas de sus propios empleadores, el principal producto de los cuales—los periódicos—son uno de los principales componentes de los vertederos municipales. Esto ha afectado negativamente a las empresas por las que trabajan porque ha influido a la aprobación de regulación que les obliga a usar papel reciclado, una barrera costosa, especialmente para competir contra los periódicos digitales. Para Tierney esto ha sido sorprendente porque es una misma industria la que ha difundido la idea de que su propio producto es una amenaza para la sociedad.
Y por último lugar, por una mezcla de los motivos anteriormente expuestos, el reciclaje se ha afianzado porque se ha convertido en un ritual religioso para muchas personas. La creencia en el reciclaje no se basa en un análisis de coste-beneficios, sino más bien se asienta en la idea de que reciclar consume menos recursos que fabricar cosas desde cero. Este tipo de creyentes no necesita ninguna justificación práctica para llevar a cabo este ritual voluntariamente. Algunos incluso abogan por la obligatoriedad de sus los programas de reciclaje, como ya lo es en muchas partes del mundo. El lema es “reciclar siempre es eficiente, sin importar el coste”, lo cual es patentemente falso y para eso tenemos los precios. Es entendible que haya tantos practicantes de este ritual que forma parte de la religión atea del ecologismo. Y es que muchos han sido adoctrinados desde el parvulario hasta la universidad sobre las virtudes del reciclaje.
Entonces, ¿qué alternativas quedan? La primera y más sencilla sería eliminar cualquier subsidio al reciclaje y que así se llevase a cabo solo aquel que fuese rentable, el cual, como hemos visto, es un nivel muy inferior al actual. Los resultados del estudio de la Reason Magazine sugieren, como cada industria tiene un nivel óptimo de reciclado, los cuales son inferiores a los producidos bajo una subvención al reciclaje, los intentos de forzar niveles específicos de reciclado—a través de mandatos de contenido reciclado o dedicando más recursos al reciclaje de los necesarios mediante impuestos y tasas—generarían pérdidas netas para la sociedad. Esto supone que el libre mercado probablemente produciría niveles eficientes de reciclado, debido a que cada industria se encargaría de pagar por los restos que le sean rentables para reciclar y no se estaría pagando por más reciclaje del que fuese rentable. Incluso en los casos en los que se prevén beneficios, los resultados no indican que un determinado nivel de contenido reciclado sea alcanzable o beneficioso para cada fabricante y cada producto, lo que sugiere que no es probable que los mandatos y las tasas vinculadas a los niveles de reciclado sean beneficiosos para el medio ambiente.
En un libre mercado, la tendencia sería a utilizar cada vez una cantidad menor de insumos para producir un bien. Los empresarios buscan aumentar su beneficio, por lo que intentan reducir costes y una manera de hacer esto es usando menos recursos. Un ejemplo es la cantidad de aluminio empleado en las latas de refrescos, la cual se ha reducido sin necesidad de regulación alrededor de un 50% en las últimas décadas, no porque los fabricantes sean unos ecologistas convencidos, sino porque a los productores les interesa disminuir la cantidad de aluminio requerido para aumentar sus ingresos. De hecho, la cantidad de aluminio se ha reducido tanto que no tiene sentido perder el tiempo reciclando latas.
Si los vertederos ya suponen una mejor alternativa que el reciclaje para tratar la basura, estos los serían aún más en el libre mercado. Si, por ejemplo, tuviéramos que pagar a la empresa de vertederos según el volumen de la basura a depositar o según el tiempo que tardase esta en descomponerse—práctica que no harían por concienciación con el medioambiente, sino porque estos serían los objetos que ocuparían más espacio o que estarían más tiempo en el vertedero—la gente buscaría comprar aquellos bienes que más fácilmente se descompusieran o que menos insumos necesitasen para poder ser desmantelados fácilmente ocupando un menor volumen. Esto incentivaría a los fabricantes a producir bienes más biodegradables y con menor material requerido para su fabricación. Ambos escenarios serían positivos para la sociedad.
Tierney acuña el término de la Tragedia del Vertedero para referirse al despilfarro de fondos públicos en programas de reciclaje mientras se activa una alarma pública innecesaria sobre los vertederos. La solución a la Tragedia del Vertedero es la responsabilidad privada individual a través de los derechos de propiedad. Tu basura ya es tu propiedad, por lo que tú deberías ser el encargado de gestionarla. Deberías pagar para deshacerte de él o buscar empresas que te paguen por esta basura, pero debería ser tu responsabilidad, como propietario de estos materiales, quien se encargase de encontrarle una ubicación a dónde depositarlos.
Desde hace años intuía que el reciclaje era inútil. Ahora, con un mayor pensamiento económico y los datos de mi lado, veo que tenía razón y que he hecho bien dedicándole el tiempo que otros malgastaban reciclando en cualquier otra actividad, aunque fuesen minutos cada vez que tiro la basura. No me importa si los ecologistas pierden su tiempo compostando, clasificando paquetes de yogur y compitiendo entre ellos para ver quién tira las bolsas de basura más pequeñas y bonitas. Solo busco que sepan que esa virtud que se arrogan es falsa y que sean conscientes de que están perdiendo el tiempo.
El reciclaje es la filosofía según la cual vale la pena ahorrarlo todo excepto tu tiempo.
Buenas.
Creo que te equivocas en tantas cosas que no he podido evitar comentar.
Antes de nada, aclarar que el sistema de reciclaje actual es claramente imperfecto y debe mejorarse. También es evidente que reducir es mejor que reciclar. Dicho esto, aunque reduzcamos, el reciclaje seguirá siendo necesario.
Para empezar, creo que analizas todo el sistema desde una perspectiva micro, y no macro a largo plazo. Hoy en día, en muchos casos utilizar materiales reciclados supone mayores costes para una empresa (cada vez menos) que fabricar con materia virgen. Pero se debe a que el sistema es imperfecto y no logra repercutir a la empresa el coste completo de ese material y su gestión posterior, que es asumida por empresas y con fondos públicos (= por ti).
Cuando te pagaron 4€ por esos papeles, no solo ganaste 4€. También te ahorraste como ciudadano el coste de la gestión de esos papeles en un vertedero durante décadas. Como ese coste se paga entre todos a largo plazo, es más difícil de visualizar pero es igual de real.
Separar residuos es tedioso, sí, pero a través de la separación la empresa gestora (normalmente pública) puede parcialmente financiar el coste de recogida con los ingresos obtenidos al vender el material separado. Al mismo tiempo, se ahorra el coste del vertedero. Por el contrario, la recogida del contenedor de resto va 100% a cuenta del contribuyente, así como el posterior mantenimiento del vertedero durante décadas o siglos… No sé en Nueva York, pero me consta que es así en España.
¿Significa esto que hoy se obtienen beneficios económicos con el reciclaje? Dependerá de muchas circunstancias pero no, no siempre. Hay que entender que estamos en proceso de creación y mejora del sistema. El reciclaje será más eficiente en el futuro. Necesitará menos mano de obra (ya casi todo es mecanizado pero bueno) y tendrá menos costes. Es una inversión.
Por el contrario, los costes de los vertederos tenderán a crecer. El cálculo de A. Clark Wiseman es francamente miope y desfasado, ya que la producción de plástico (y de todo lo demás) se ha multiplicado casi por cuatro desde 1990. En Europa tenemos, además, menos terreno que en EEUU. Piensa, ¿te gustaría que dentro de 10 años tu ventana ofreciera bonitas vistas a un vertedero?
Y para terminar, mencionaré aunque me parezca obvio (se ve que al NY Times en 1996 no. Comprensible, dado que han pasado 30 años) que el reciclado no es solo de plástico. Para que el sistema funcione, hay que reciclar otros materiales también, como el cartón o el vidrio, que se recicla de manera fácil e infinita sin perder calidad.
Aprecio que hayas intentado hacer un análisis objetivo del asunto, pero muchas de tus fuentes son demasiado antiguas y no tienen en cuenta costes ocultos del sistema.
Saludos de parte de una integrante de la religión atea del ecologismo que no cree en la fe ciega y ha visitado plantas de tratamiento de residuos para confirmarla con datos.