El pasado 9 de diciembre Paul Krugman escribía su última columna en el New York Times. Tras casi 25 años en el NYT, se despide de este medio, pero seguirá publicando en su nuevo substack. Con motivo de este hecho y que me creo que Paul Krugman es un economista infravalorado entre mi círculo, quería compartir mis artículos suyos favoritos.
What Do Undergrads Need to Know About Trade?: Tenemos que enseñar que lo importante no es la supuesta competitividad, sino las ganancias mútuas que nacen con el comercio internacional.
Un curso de economía internacional debería dejar claro a los estudiantes que el comercio internacional no se trata de competencia, sino de un intercambio mutuamente beneficioso. Aún más fundamentalmente, deberíamos enseñarles que las importaciones, no las exportaciones, son el propósito del comercio. Es decir, lo que un país gana del comercio es la capacidad de importar lo que desea. Las exportaciones no son un objetivo en sí mismas: la necesidad de exportar es una carga que el país debe soportar porque sus proveedores de importaciones son lo suficientemente estrictos como para exigir un pago.
In Praise of Cheap Labor: Porque un sueldo bajo es mejor que no tener sueldo.
Los trabajadores en las fábricas de camisetas y zapatillas inevitablemente reciben salarios muy bajos y soportan terribles condiciones laborales. Digo "inevitablemente" porque sus empleadores no están en el negocio por su bienestar (ni el de sus trabajadores); pagan lo menos posible, y ese mínimo lo determinan las otras oportunidades disponibles para los trabajadores. Y estos países siguen siendo extremadamente pobres, donde vivir en un vertedero puede parecer atractivo en comparación con las alternativas. Sin embargo, donde las nuevas industrias de exportación han crecido, se ha observado una mejora medible en la vida de las personas comunes. En parte, esto se debe a que una industria en crecimiento debe ofrecer un salario algo mayor que el que los trabajadores podrían obtener en otro lugar para atraerlos. Más importante aún, el crecimiento de la manufactura —y de la penumbra de otros empleos que crea el nuevo sector exportador— tiene un efecto dominó en toda la economía. La presión sobre la tierra disminuye, lo que hace que los salarios rurales aumenten; el grupo de desempleados urbanos ansiosos por trabajar se reduce, lo que lleva a que las fábricas compitan entre sí por los trabajadores, y los salarios urbanos también comienzan a subir.
Los beneficios para la masa de población del crecimiento económico causado por las exportaciones en las economías de reciente industrialización no son una conjetura. Un país como Indonesia sigue siendo tan pobre que el progreso puede medirse en función de la cantidad de alimentos que ingiere el ciudadano medio; desde 1970, la ingesta per cápita ha pasado de menos de 2.100 a más de 2.800 calorías diarias. Un escandaloso tercio de los niños pequeños sigue desnutridos, pero en 1975 la proporción era de más de la mitad. Se observan mejoras similares en toda la cuenca del Pacífico, e incluso en lugares como Bangladesh. Estas mejoras no se han producido porque personas bienintencionadas de Occidente hayan hecho algo por ayudar: la ayuda exterior, que nunca fue cuantiosa, se ha reducido últimamente a prácticamente nada. Tampoco es el resultado de las políticas benignas de los gobiernos nacionales, tan insensibles y corruptos como siempre. Es el resultado indirecto e involuntario de la acción de multinacionales desalmadas y empresarios locales rapaces, cuya única preocupación era aprovechar las oportunidades de beneficio que ofrecía la mano de obra barata. No es un espectáculo edificante; pero por muy viles que sean los motivos de los implicados, el resultado ha sido que cientos de millones de personas han pasado de la miseria más absoluta a algo todavía horrible, pero no por ello menos significativamente mejor.6
Is Free Trade Passé?: En este artículo defiende el libre comercio como una regla general para evitar guerras comerciales y a resistir un intervencionismo incremental, proponiendo así un nuevo argumento a favor del libre comercio para aquellos que dudan de la ley de la ventaja comparativa.
Si existiera un "Credo del Economista", seguramente incluiría las afirmaciones: "Entiendo el principio de la ventaja comparativa" y "Defiendo el libre comercio". Durante ciento setenta años, el reconocimiento de que el comercio internacional beneficia a un país, sea "justo" o no, ha sido uno de los pilares del profesionalismo en economía. La ventaja comparativa no es solo una idea simple y profunda a la vez; es una idea que entra en conflicto directo con prejuicios populares arraigados e intereses poderosos. Esta combinación convierte la defensa del libre comercio en un principio casi sagrado dentro de la economía.
La forma de evitar la trampa de un dilema del prisionero como este [el inicio de una guerra comercial que desemboca en mayores represalias] es establecer reglas del juego en las políticas que minimicen las acciones mutuamente perjudiciales. Sin embargo, para que dichas reglas funcionen, deben ser lo suficientemente simples como para definirse claramente. El libre comercio es una de esas reglas simples; es relativamente fácil determinar si un país impone aranceles o cuotas de importación. La nueva teoría del comercio sugiere que esta probablemente no sea la mejor de todas las reglas posibles. Sin embargo, es muy difícil idear un conjunto de reglas simples que sean mejores. Si los beneficios del intervencionismo sofisticado son pequeños, como se argumentó en la crítica económica de la sección anterior, entonces existe un caso razonable para seguir utilizando el libre comercio como un punto focal para los acuerdos internacionales y prevenir guerras comerciales.
El libre comercio puede servir como un punto focal sobre el cual los países pueden ponerse de acuerdo para evitar guerras comerciales. También puede actuar como un principio sencillo para resistir las presiones de políticas impulsadas por intereses particulares. Abandonar el principio del libre comercio en busca de los beneficios del intervencionismo sofisticado podría, por lo tanto, abrir la puerta a consecuencias políticas adversas que superarían los posibles beneficios.
Competitiveness: A Dangerous Obsession: La narrativa del comercio internacional como una competencia entre empresas es dañina y peligrosa, pues no es un juego de suma cero y puede llevar a un malentendimiento de lo que realmente sucede y, con ello, a una demanda por políticas proteccionistas.
Quizás el riesgo más grave de la obsesión por la competitividad sea su sutil efecto indirecto sobre la calidad del debate económico y la formulación de políticas. Si los altos funcionarios del gobierno están firmemente comprometidos con una doctrina económica particular, ese compromiso inevitablemente establece el tono para la toma de decisiones en todos los temas, incluso en aquellos que podrían parecer no tener relación alguna con esa doctrina. Y si una doctrina económica es completamente y demostrablemente errónea, la insistencia en que el debate se ajuste a esa doctrina inevitablemente difumina el enfoque y disminuye la calidad de la discusión de políticas en una amplia gama de cuestiones, incluidas algunas muy alejadas de la política comercial propiamente dicha.
Ricardo’s Difficult Idea: Aquí Krugman aborda la dificultad que muchas personas, incluidos intelectuales, tienen para comprender y aceptar el principio de la ventaja comparativa, bien sea porque tengan incentivos para no entenderlo, porque sea más difícil de lo que parece o porque rechacen cualquier intento de ver el mundo desde una visión matemática.
De hecho, nunca se enseña el modelo ricardiano sin hacer hincapié precisamente en la forma en que ese modelo refuta la afirmación de que la competencia de los países con salarios bajos es necesariamente algo malo, que muestra cómo el comercio puede ser mutuamente beneficioso independientemente de las diferencias en las tasas salariales.
The Accidental Theorist: Me gusta especialmente el inicio.
Imagina una economía que produce solo dos cosas: perritos calientes y panes para los perritos. Los consumidores en esta economía insisten en que cada perrito caliente venga con un pan, y viceversa. Además, la mano de obra es el único insumo para la producción. Bien, pausa. Antes de continuar, necesito preguntarte qué opinas de un ensayo que comienza de esta manera. ¿Te parece absurdo? ¿Estabas a punto de pasar la página virtual pensando que esto no podría tratar sobre algo importante? Uno de los puntos de esta columna es ilustrar una paradoja: no puedes hacer economía seria a menos que estés dispuesto a ser juguetón. La teoría económica no es una colección de dictados establecidos por figuras de autoridad pomposas. Principalmente, es una colección de experimentos mentales—o parábolas, si prefieres—destinados a captar la lógica de los procesos económicos de manera simplificada.
Unmitigated Gauls: La culpa del desempleo en Francia es de la regulación.
Los empleos en Francia son como los apartamentos en la ciudad de Nueva York: quienes los proveen están sujetos a una regulación detallada por parte de un gobierno que se preocupa mucho por sus ocupantes. Un empleador francés debe pagar bien a sus trabajadores, ofrecerles beneficios generosos, y despedirlos es casi tan difícil como desalojar a un inquilino en Nueva York. Las políticas pro-inquilinos de Nueva York han generado acuerdos muy favorables para algunas personas, pero también han dificultado que los recién llegados encuentren un lugar para vivir. Las políticas de Francia han creado buenos empleos, si es que logras conseguir uno. Pero muchas personas, especialmente los jóvenes, no lo logran. Y, dado lo generosos que son los beneficios por desempleo, muchos ni siquiera lo intentan.
Lo que resulta misterioso sobre Francia es que, hasta donde se puede observar, absolutamente nadie de importancia acepta el diagnóstico evidente. Por el contrario, parece haber un consenso emergente de que lo que Francia necesita es—adivina qué—más regulación.
We Are Not the World: Krugman explica como políticos e intelectuales utilizan a los mercados globales como chivo expiatorio para promover el proteccionismo.
Este tipo de retórica se ha vuelto tan generalizada que muchos observadores parecen empeñados en culpar a los mercados globales por una serie de problemas económicos y sociales en sus países, incluso cuando los hechos apuntan de manera inequívoca a causas principalmente internas —y, por lo general, políticas.
Pero incluso si la economía global importa menos de lo que las afirmaciones grandilocuentes nos quieren hacer creer, ¿hace algún daño real esta “globatería”1, como la llaman los entendidos? Sí, en parte porque el público, engañado al creer que el comercio internacional es la fuente de todos nuestros problemas, podría volverse proteccionista, socavando el verdadero beneficio que la globalización ha traído para la mayoría de las personas, tanto aquí como en el extranjero.
El lector curioso que haya entrado en los diversos enlaces habrá visto que en verdad solo un artículo lo había escrito Krugman en su columna del NYT. Así que poco puedo excusar este artículo en su salida de este medio y más en que me apeteciese escribir sobre un gran economista.
El original es globaloney, un juego de palabras entre global (que no hace falta que traduzca) y baloney (tontería).